Estudiantes y pantallas: una mirada desde el aula

23 de junio de 2025
Ignacio Budano y Vanesa Giordano

Niños que se duermen en el aula, adolescentes conectados en clase sin actividades específicas y disminución de autonomía por el uso permanente de IA son algunas de las situaciones que emergen en la escuela por el uso excesivo de pantallas.

Por Ignacio Budano y Vanesa Giordano

Hace unas semanas, junto a un grupo de docentes nos propusimos narrar algunas experiencias en la red social X sobre el uso que hacen de los dispositivos electrónicos los más chicos y cómo afecta esto a su desarrollo y a sus actividades escolares

Fuimos reproduciendo lo que registramos en las aulas: chicos y chicas de primaria que cenan solos mirando videos o se quedan haciéndolo hasta tarde. Algunos nos contaron que se duermen a las dos o tres de la madrugada, con la esperable consecuencia de dormirse en la escuela o directamente no asistir. Situación que, en general, no suele ser preocupante para las familias. 

La mayoría contó que permanecen conectados casi todo el tiempo en que no están en la escuela. Una maestra de Nivel Inicial contó que le había sugerido a una mamá que no le diera el teléfono para ver videos a su hija de un año y que recibió como respuesta que sabía que eso era malo pero que “tenía que hacerlo porque si no, su hija lloraba”

Lo que cuentan las y los profes de Media tampoco resulta alentador: adolescentes conectados en clase cuando no hay actividades específicas que lo demanden, la interrupción de procesos de aprendizaje y la disminución de autonomía por el uso permanente de inteligencia artificial. Por último, uno de los problemas más graves que atraviesan los jóvenes: la adicción a las apuestas deportivas.

Quienes hoy somos adultos tuvimos una infancia mayoritariamente analógica o, por lo pronto, sin celulares. No decimos esto con la intención de romantizar ese período ni mucho menos ser abanderados de un nuevo ludismo. En la actualidad, todos hacemos uso, y en alguna medida abuso, de estos dispositivos. Nos convertimos en adultos que  leemos menos que antes y sospechamos cada vez más que las pantallas tienen algo que ver con esto. Pero no va a ser esta la primera nota en advertir que el exceso de conexión en los más chicos no es recomendable. Existen investigaciones científicas que hablan sobre esto y de hecho, algunos estudios ya hacen referencia a “una generación menos inteligente”. 

Desde nuestro lugar como educadores, podemos dar cuenta de muchos aspectos de esta nueva realidad que vemos en las escuelas y que preocupa. Habrá quienes refuten este diagnóstico justificando cierto anacronismo escolar o bien juzgando a los mismos docentes por no desplegar nuevas estrategias para generar espacios atractivos y divertidos para sus estudiantes. 

Si el debate se va a reducir a eso, vayamos por todo y empecemos a pensar en readaptar el mundo. No es solo la escuela: hay chicos que no pueden sostener el hecho de ver una película completa y, lo que es más grave aún, muchas y muchos no juegan con otra cosa que no sea con pantallas. 

No hace falta ser Jean Piaget para saber lo importante que resulta el juego en el desarrollo físico, psicológico y cognitivo. Quizá haya alguna relación entre lo que se dice de la ansiedad en las infancias y haber criado chicos y chicas dándoles el teléfono para que no lloren o no se aburran

Estamos excluyendo a las nuevas generaciones de tres acciones básicas y, a la vez, constitutivas: llorar, jugar y aburrirse. Sabemos del miedo que desarrollamos los adultos a que nuestros hijos e hijas estén a solas en la calle, sin reparar en que los estamos dejando solos en esas no menos peligrosas calles virtuales que son las redes sociales, un ámbito que por una cuestión de edad no deberían transitar.

Nuestra falta de tiempo para ofrecerles otras propuestas tampoco nos juega a favor. Insistimos en no idealizar tiempos que se fueron y no volverán porque hay bastante para decir contra esos momentos de la historia tan cercanos y tan distintos. 

El progreso no es lineal, pero el tiempo sí. Es por eso que tenemos la obligación de ocuparnos de los que deberían ser los mayores sujetos de derecho. Contamos ya con una fuerte sospecha de que estamos haciendo algo que no está del todo bien. 

Ellos, los chicos, chicas y adolescentes también lo sospechan: oímos en las aulas quejas de que mamá o papá no escuchan o no les firmaron la nota del cuaderno porque “estaban con el teléfono”. La falta de tiempo, la alienación y muchas otras circunstancias del mundo actual nos están jugando en contra. Hace décadas se repite que los primeros años son cruciales para el desarrollo infantil. Sabemos que sobreexponer a chicos y chicas desde sus primeros años al uso de las pantallas puede ser nocivo. Es nuestra obligación, más allá de la realidad en la que estemos sumergidos,  hacer algo para que esto cambie. Porque resulta demasiado obvio, pero necesitamos repetirlo cada vez más: la responsabilidad es siempre de los adultos.

* Vanesa Giordano es Profesora de Nivel Primario, Licenciada en Ciencias de la Educación y Especialista en Tecnología Educativa. 
Ignacio Budano es Profesor de Nivel Primario y Licenciado en Educación