educación debate

Leer en el aula, leer a nuestros clásicos, leer de todo, siempre


02 de diciembre de 2024

Por Mario Méndez//Que leer es importante lo decimos todos, adultos, docentes? hasta los niños y niñas lo repiten. Que los niños no leen lo repiten muchos adultos (incluidos algunos docentes), y se equivocan.

Por Mario Méndez*

Que leer es importante lo decimos todos, adultos, docentes… hasta los niños y niñas lo repiten. Que los niños no leen lo repiten muchos adultos (incluidos algunos docentes), y se equivocan. Los niños, niñas y adolescentes leen, por supuesto que leen, y leen más que los adultos. Y si eso ocurre, creo yo, es en gran parte por el trabajo virtuoso que hace la escuela con la lectura, acompañando, proponiendo, contagiando. 

A leer la vida se aprende leyendo, y los buenos y buenas maestras lo saben. Como dijo una vez la escritora Graciela Bialet, en una capacitación del Plan Nacional de Lecturas que tuve el orgullo de integrar, el oficio de docentes es un oficio de lectores. Se puede ser maestro o maestras sin ser lector, desde luego. Pero permítanme poner en duda  que se pueda ser muy buen maestro o maestra sin leer.

Creo que no hay lector que no recuerde “Las medias de los flamencos”, “La tortuga gigante” o “La guerra de los yacarés”.

Voy a traer a esta nota un recuerdo de maestro lector que, además, será un merecido homenaje al padre de nuestra literatura infantil y juvenil, el uruguayo (digamos el rioplatense, para apropiárnoslo), Horacio Quiroga. Lectores de todas las edades, en la Argentina, recordamos perfectamente, sin duda alguna, por lo menos dos o tres de los ocho cuentos que conforman ese libro inolvidable que es Cuentos de la selva.

Creo que no hay lector que no recuerde “Las medias de los flamencos”, “La tortuga gigante” o “La guerra de los yacarés”. Cuentos que forman parte de la memoria lectora de los argentinos. Clásicos absolutos: a todos, alguna vez, nos leyeron uno de estos cuentos en la escuela; o nos compraron el libro cuando éramos chicos o, los que somos maestros, los leímos, los compartimos, los disfrutamos con nuestros alumnos.

Yo leí estos cuentos en la primaria, junto con los Cuentos de amor, de locura y de muerte, el otro gran clásico quiroguiano. Cuentos que, de puro clásicos, trascienden absolutamente las vallas de la “corrección”, tan desgraciadamente en boga, sobre todo en los cuentos que circulan en los libros de textos.

A ninguno de los escritores contemporáneos argentinos, hoy, nos publicarían un cuento donde un cazador mate a tiros a los yaguares (los tigres, les decía Quiroga), con la ayuda de sus amigas las rayas, como ocurre en “El paso del Yabebirí”. Ni aceptarían un relato donde los yacarés (¡y cómo festejamos, de chicos, ese final!) ven pasar flotando a los hombres que mataron con el estallido de un torpedo, con la ayuda de un surubí, y “No quisieron comer a ningún hombre, aunque bien lo merecían. Sólo cuando pasó uno que tenía galones de oro en el traje y que estaba vivo, el viejo yacaré se lanzó de un salto al agua y ¡tac! en dos golpes de boca se lo comió.”

Desde los chicos más chicos hasta los adolescentes e incluso adultos de los planes de alfabetización: todos los lectores con los que compartí estos cuentos los disfrutaron.

Genial, incorrecto: clásico. Quiroga es para nosotros como Perrault fue para los niños franceses, o los Grimm para los alemanes. Trasciende todas las barreras: las patas picoteadas de los flamencos, la abeja haragana que pasa su noche de terror en la cueva de la culebra o la gamita que se queda ciega tienen la misma potencia y la importancia, para nosotros, que Caperucita o Hansel y Gretel.

Como maestro tuve muchas experiencias de lectura con estos cuentos. Nunca, jamás, me fallaron. En el grado que fuera. Desde los chicos más chicos hasta los adolescentes e incluso adultos de los planes de alfabetización: todos los lectores con los que compartí estos cuentos los disfrutaron. Los cuentos de la selva son infalibles. Una de las últimas veces en que lo comprobé fue trabajando con chicos en situación de calle, en el Programa Puentes Escolares. Ese día, en el Taller de Chacarita, nos visitaba un grupo de adolescentes, varios de ellos ya mayores de edad, de un hogar cercano, “El armadero”, con el que trabajábamos en red. A la maestra, María Laura Pérez, se le ocurrió comenzar el encuentro con la lectura de “La tortuga gigante”.

Ella empezó la lectura y los chicos, los locales y los que nos visitaban, se fueron quedando mudos. Hasta que al final, cuando el cazador visita a su amiga en el zoológico y se despide de ella, como siempre, con una palmadita en el lomo, en el aula todavía silenciosa un chico grande, un muchacho que vivía en la calle, un flaco de unos veinte años, duro y tierno a la vez, soltó un improvisado homenaje “¡Qué copada la tortuga!”, exclamó, y creo que a Quiroga le hubiera encantado esa respuesta.

* Maestro, escritor y editor.

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