Atravesar la escuela en dictadura
23 de marzo de 2025
Artistas, periodistas y docentes nos comparten sus recuerdos, anécdotas, y chispazos de esperanza en la época más oscura.
La historia es peligrosa. Esa impresión quedó flotando en el aire enrarecido de un patio de aquel colegio secundario de Avellaneda ante la perplejidad adolescente. Reconozcámoslo, La adolescencia de los 13 años, esa que transcurre durante el primer año del secundario es posiblemente una de las peores edades que hay que atravesar. A los 13 años el cuerpo se expande, se extiende, es inmanejable, por eso tantas fracturas deportivas a esa edad, se calculan mal los movimientos, crecen los pelos, se cambia la voz. El cuerpo propio es el peor lugar para habitar a los 13 años. Imaginate un cuerpo inmanejable de los 13 años transcurriendo en Dictadura. Todos fuimos nuevos en el Secundario de un 1er año. GriterÃo en el patio de la escuela. Nos obligan a formar. Tomando distancia.
Un hombre echa a los empujones otro, lo lleva del brazo por los corredores hasta la puerta. Te vas, le grita. ¿Quién lo dice? Te vas, le vuelve a gritar. Estás en las listas. Patricia Malanca
El griterÃo se cuela entre el silbido de los mocasines escolares que se arrastran. No somos los alumnos los que gritamos. Nosotros murmuramos. No nos dejan hablar. No sabemos si podemos. Estamos inermes. Se escuchan tres personas que discuten bajando por las escaleras. Alzan fuerte la voz. 2 hombres y 1 mujer. Un hombre echa a los empujones otro, lo lleva del brazo por los corredores hasta la puerta. Te vas, le grita. ¿Quién lo dice? Te vas, le vuelve a gritar. Estás en las listas. Que me vengan a buscar. Te vas. No podés quedarte con los chicos, es peligroso, se escucha. La mujer trata de intermediar.
Nuestros cuerpos que poco sabÃan de sà mismos lograron identificar la misma conmoción interna ahà afuera, una escena más del terror. Años más tarde en democracia supimos que se trataba del profesor de historia.
Un militante que se escondió en mi escuela primaria, y en lo que era el salón de actos, escenario, sótano, toda esa zona, habÃa restos de sangre, todas las huellas... Juan Alonso
Juan Alonso, periodista
Terminé la primaria en 1979. Una época muy oscura, muy sórdida. Recuerdo un par de episodios. Jugando de chicos, una vez con mi hermano, pasó un camión del Ejército que perseguÃa a una especie de camioneta, y se apostaron en la esquina y empezaron a disparar sus fusiles automáticos, más conocidos como FAL. Nosotros tendrÃamos cinco o seis años. Poco más tarde, bien entrada la dictadura, después del 24 de marzo del 76 hubo una especie de persecución a un militante que se escondió en mi escuela primaria, y en lo que era el salón de actos, escenario, sótano, toda esa zona, habÃa restos de sangre, todas esas huellas. Lo recuerdo muy bien, como si fuera ayer. Las respuestas de nuestras docentes, obviamente, eran evasivas, no tenÃan mayores precisiones, pero nosotros, que estábamos medianamente informados, no sabÃamos que habÃa un sistema de aniquilación y desparición forzada de personas, pero sà intuÃamos que se vivÃa un clima absolutamente violento y atroz.
La directora se enteró que habÃa dos centros de estudiantes y llamó a todos los padres de todos los que éramos delegados (...) nos querÃan poner como 15 amonestaciones, asà que automáticamente se disolvió el centro de estudiantes. Fernando Amato
Fernando Amato, periodista
A principios del 83, todavÃa en dictadura, en el colegio habÃa un centro de estudiantes, que era para juntar la plata para la foto del grupo, esas cosas. Pero en ese tercer año decidimos en todo el colegio armar un centro de estudiantes clandestino, por fuera de la directora del Colegio, para otras cosas más polÃticas. Yo fui subdelegado de mi división, tercero cuarta, y al poco tiempo, la directora se enteró que habÃa dos centros de estudiantes y llamó a todos los padres de todos los que éramos delegados y se armó un lÃo bárbaro porque mis viejos, no es que se enojaron sino se sorprendieron, porque no tenÃan idea de que me interesaba la polÃtica. Asà que duró hasta ahÃ, y creo que nos querÃan poner como 15 amonestaciones, asà que automáticamente se disolvió el centro de estudiantes. Ya en el 85 formé parte de la conducción del centro de estudiantes, ya con avales y democráticamente.
En el Normal era, a la mañana la rigidez absoluta, los zapatitos con taco, el guardapolvo planchadito, el cabello recogido, profesores que tenÃan aires muy militares… Laura Invernizzi
Pero ya en esos años solÃamos hacer tomas en el colegio para que cambiaran a las autoridades que venÃan desde la dictadura. Cantábamos “se va a acabar la dictadura en el Normal”. TenÃamos peleas constantes con la dirección para que dejen funcionar al centro, a las agrupaciones polÃticas.
Si tenÃamos hora libre venÃan y era todos de pie y nos tenÃan 40 minutos mirando la pared. Cristina Mancebo
Laura Invernizzi, docente Supervisora Sector 3 Adultos Nivel Primario
Hice mi secundaria durante 1977 y 1981. Yo estudié en lo que recientemente se habÃa creado que fue la Escuela Nacional de Danzas Nº1 y tal vez, estudiar en esa escuela, éramos pocos estudiantes, docentes muy progres, en general poquitos, eso hizo que adentro de la escuela el olor a dictadura no se sintiese, a diferencia de lo que le pasaba a mi hermando mayor, que estudiaba en otra escuela donde era el uniforme, el pelo corto, los amonestaban, se vivÃa con miedo la escolaridad. Pero en mi primer año en lo que fue el profesorado en el Normal Nº4 era, a la mañana la rigidez absoluta, los zapatitos con taco, el guardapolvo planchadito, el cabello recogido, profesores que tenÃan aires muy militares… ese primer año fue bastante feo y difÃcil, habÃa sido un año de rigidez, de almidón, y lo hermoso fue que al año siguiente, ya en democracia, era todo color, el pelo suelto, las pibas de secundaria con minifalda. El aire de la democracia fue maravilloso y lo recuerdo con mucha alegrÃa. La libertad se notaba muchÃsimo.
Yo empiezo primer año con la dictadura en el 76, pero ya tenÃa a mis hermanas una en el Enet 27 y otra en el Tomás Espora. Yo querÃa ir al Esnaola y ya habÃan desparecido compañeros de mis hermanas, entonces mi mamá como siempre vio que yo era muy habladora, me metió en Esea. Y ahà en Esea una que tenÃamos era lo de las preceptorÃas, que si tenÃamos hora libre venÃan y era todos de pie y nos tenÃan 40 minutos mirando la pared. Creo que un pibe de primer año no creo que se imagine esa escena hoy. Nos amonestaban por llevar bufanda negra en vez de azul. En el Enet 27 tenÃan que ir con uniforme. Les medÃan el pelo a los varones…
La presencia que más nos sorprendió fue la de mi maestra, “la Chula” Molina, que se pasó los siguientes dÃas de clase haciendo comentarios y refiriéndose a mà como “un revolucionario que va a ver a Pérez Esquivel”. Javier Vogel
Boyanovsky Bazán, escritor
Estábamos en plena guerra de Malvinas, ya habÃan pasado los peores años de la masacre persecutoria, habÃamos triunfado al fútbol y ahora estábamos ganando a tiros en el Sur, o eso nos contaba Gente. Entonces llegaron al colegio del barrio porteño de Belgrano unos señores muy serios y formales y nos hicieron salir a la calle para hacer un simulacro de derrumbe. Todos los chiquitos de guardapolvo, de la mano y espaldas contra los muros, dimos la vuelta manzana (o eso recuerdo), acompañados por las maestras y estos señores. Al finalizar, volvimos al aula para hacer un balance, y uno de ellos preguntó al grado si sabÃamos por qué se habÃa hecho esa actividad. Un niño no de los más despiertos respondió muy rápido: porque si los ingleses nos bombardean la ciudad y tenemos que evacuar el edificio...", los hombres se miraron con la maestra y frenaron al chico. "Nooo, eso no va a pasar", aseguraron.
Javier Vogel, periodista
HacÃa pocos dÃas que habÃa empezado primer grado cuando se produjo el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Dos años después, cuando estaba en la mitad de tercer grado, mi familia se mudó de Buenos Aires a General Roca, en el Alto Valle del RÃo Negro. En la Escuela 42 Manuel Belgrano, a una cuadra de la Iglesia, y de la municipalidad, y a solo 400 metros de mi nueva casa, pasé los siguientes tres años, hasta mediados de 1981.
En 1980 Adolfo Pérez Esquivel habÃa obtenido el Premio Nobel de La Paz y un año después, mientras yo cursaba sexto grado, visitó Roca durante dos o tres dÃas. Junto a mis viejos, Bernardino y Flora y mis hermanas Andrea y Flavia asistimos a las actividades que la APDH local habÃa organizado. En aquel momento la ciudad tendrÃa no más de 60 mil habitantes, por lo que las personas que se animaron a ir a escucharlo en la Asociación Española o a compartir con él algún café en el bar del Hotel Bristol, donde se alojaba, se conocÃan entre sÃ. De hecho mi papá saludó a un par de policÃas a los que les solÃa venderles sábanas, manteles y toallas que, sin el uniforme reglmentario, se hacÃan pasar por huéspedes distraÃdos.
Yo le tenÃa pánico a su mascota y ella se empeñaba en hacerme pasar al frente, hasta que un dÃa me negué a hacerlo mientras el animal estuviera junto a ella. “Vos le tenés miedo a este perro porque es igual a los que usaban los alemanes en los campos de concentración para controlar a tus familiares y a los judios como vos”, fue la respuesta su respuesta.
Los clientes de mi papá se sacaban el uniforme y mi maestra se quitaba el guardapolvo para ir a ver a Pérez Esquivel.
Pocos dÃas después mis viejos me cambiaron de escuela.
Créditos fotos: Archivo ARGRA | Autor: Alberto RodrÃguez. Comisión Provincial por la Memoria